domingo, 6 de septiembre de 2015

ÉTICA PROFESIONAL

Después de tantos años estudiando la ética, he llegado a la conclusión de que toda ella se resume en tres virtudes: coraje para vivir, generosidad para convivir, y prudencia para sobrevivir... Fernando Savater

Es el conjunto de normas de carácter ético aplicadas en el desarrollo de una actividad laboral de las cuales definimos como buenas o malas; marca pautas de conducta para el desempeño de las funciones propias de un cargo dentro de un marco ético. En muchos casos tratan temas de competencia y capacidad profesional, además de temas específicos propios de cada área.

Ética Profesional, también se puede definir como ʺla actividad personal, puesta de una manera estable y honrada al servicio de los demás y en beneficio propio, a impulsos de la propia vocación y con la dignidad que corresponde a la persona humanaʺ. En sentido amplio, abarca también los oficios y trabajos permanentes y remunerados.



En virtud de su profesión, el sujeto ocupa una situación que le confiere deberes y derechos especiales, tales como:


v  Finalidad de la Profesión. La finalidad del trabajo profesional es el bien común. La capacitación que se requiere para ejercer este trabajo, está siempre orientada a un mejor rendimiento dentro de las actividades especializadas para el beneficio de la sociedad. Sin este horizonte y finalidad, una profesión se convierte en un medio de lucro o de honor, o simplemente, en el instrumento de la degradación moral del propio sujeto.


v  El Propio beneficio. Lo ideal es tomar en cuenta el agrado y utilidad de la profesión; y si no se insiste tanto en este aspecto, es porque todo el mundo se inclina por naturaleza a la consideración de su provecho personal, gracias a su profesión.

v  Capacidad profesional. Un profesional debe ofrecer una preparación especial en dos sentidos: capacidad intelectual y capacidad moral.

 La capacidad intelectual, consiste en el conjunto de conocimientos que dentro de su profesión, lo hacen apto para desarrollar sus labores.

 La capacidad moral, es el valor del profesional como persona, lo cual da una dignidad, seriedad y nobleza a su trabajo, digna del aprecio de todo el que encuentra. Abarca no sólo la honestidad en el trato, no sólo en el sentido de responsabilidad en el cumplimiento de lo pactado, sino además la capacidad para abarcar y traspasar su propia esfera profesional en un horizonte mucho más amplio, hacia la búsqueda y construcción de una sociedad más justa y equilibrada. El profesional debe ejercer su función desde la más estricta honradez y fidelidad a los principios.


Junto a los conocimientos y habilidades para el buen desempeño, los profesionales deben caracterizarse por sus principios éticos y morales, por su honestidad a toda prueba, por su incorruptibilidad, por su disciplina, su espíritu colectivo, por su austeridad, modestia y estilo de vida sencillo. El ejercicio profesional demanda un amplio campo de autonomía, tanto personal como del colectivo en su conjunto, cuyo correlato es la asunción de las responsabilidades inherentes al desarrollo de la actividad.

La responsabilidad profesional



Los profesionales están obligados por responsabilidades morales especiales, que son requerimientos morales, a aplicar a su conocimiento, de forma que beneficie al resto de la sociedad. Dicho lo anterior, podemos hablar de la existencia tanto de una ética como de una deontología profesional. La primera se centraría sobre todo en perfilar y definir el bien de una determinada profesión (no sólo el personal del propio profesional, sino especialmente su aportación al bien social o común), mientras que la segunda se ocuparía de las obligaciones propias de dicha actividad. En otras palabras: la ética profesional sería la expresión de las diversas y plurales éticas de máximos existentes en todos y cada uno de los profesionales de especialidad, mientras que la deontología expresaría la ética de mínimos que todas las anteriores comparten y están obligadas a cumplir a pesar de sus diferencias.

El deber La experiencia ética en el campo de la profesión se relaciona, fundamentalmente, con tres ideas: la idea del deber, la idea del bien y la idea del sentido. Desarrollar una profesión es, de entrada, adquirir unos deberes y llevarlos a cabo mediante la intervención en un determinado ámbito de la sociedad. En segundo lugar, es intentar hacer un bien a un destinatario y, asimismo, a un conjunto social y, en tercer lugar, es construir prácticamente un sentido con la propia actividad, con la propia vida.



Trabajamos por algún motivo, para conseguir un determinado objetivo, aunque no todos coincidamos en la razón o el motivo de nuestro trabajo. A veces, la profesión tiene un sentido intrínseco, es decir, por sí misma tiene valor. En otras ocasiones, la profesión tiene un sentido extrínseco, es decir, se le atribuye valor porque gracias a ella uno alcanza determinados objetivos ajenos a la profesión, pero que no podría alcanzar sin ella.

 La experiencia de la profesión, al igual que la experiencia ética, se relaciona en todo caso con estos tres conceptos: el deber, el bien y el sentido. Ser profesional, sea del sector que sea, significa asumir unos determinados deberes. La experiencia ética se refiere directamente a la experiencia del deber.



sábado, 5 de septiembre de 2015

LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA



La conciencia tiene necesidad de crecer, de ser formada, de ejercitarse en un proceso que avance gradualmente en la búsqueda de la verdad.

La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas.

Como la conciencia aplica la norma objetiva –la ley moral- a las circunstancias y a los casos particulares, se deduce con facilidad la obligación indeclinable que tiene el hombre de formar su propia conciencia.

La conciencia es susceptible de un mejoramiento continuo, que está en proporción al progreso de la inteligencia: si esta puede progresar en el conocimiento de la verdad, también pueden ser más rectos los juicios morales que realice. Además, este juicio moral que realiza la conciencia necesariamente se tiene que adecuar al progresivo desarrollo del acto humano, lo que hace que la conciencia se vaya formando también de esa misma manera progresiva.

Comienza con la niñez al despertar el uso de razón; debe continuar a la madurez, cuando el hombre afirma sus responsabilidades ante Dios, ante sí mismo y ante los demás. Además, la experiencia muestra que no todos los hombres tienen igual disposiciones para el juicio recto, influyendo en esto también circunstancias puramente naturales- enfermedad mental, ignorancia, prejuicio, hábitos, etc.- y sobrenaturales: la inclinación al pecado que deja en el alma el pecado original y los pecados personales.

Es necesario, por tanto, que el hombre se vaya haciendo capaz de emitir juicios morales, verdaderos y ciertos: es decir, ha de adquirir, mediante la formación, una conciencia verdadera y cierta.

Para tener conciencia verdadera y cierta necesitamos la formación: un conocimiento cabal y profundo de la ley-seguridad objetiva-, que nos permite luego aplicarla correctamente-seguridad subjetiva.

La actitud de fundar la conducta solo en el criterio personal, pensar que para actuar bien basta el estar seguro que mi actuación es buena, es de hecho, ponerse en el lugar de Dios, que es el único que no se equivoca nunca. Por eso, la necesidad de formarnos será tanto más imperativa cuanto más nos percatemos de que sin una conciencia verdadera no es posible la rectitud en la vida misma y, en consecuencia, alcanzar nuestro fin último.

A esto se dirige precisamente la formación de la conciencia, que no es otra cosa que una sencilla y humilde apertura a la verdad, un ir poniendo los medios para que libremente podamos alcanzar nuestra felicidad eterna.

Sin tratar de ser exhaustivos, ni de explicar cada uno de ellos, si podemos señalar algunos de esos medios que nos ayudaran a formar la conciencia:

1)      El estudio de la ley moral, considerándola no como carga pesada, sino como camino que conduce a Dios.

2)      Hábito cada día más firme de reflexionar antes de actuar;

3)      Deseo serio de buscar a Dios a través de la oración y de los sacramentos, pidiéndole los dones sobrenaturales que iluminan la inteligencia y fortalecen la voluntad.

4)      Plena sinceridad ante nosotros mismos, ante Dios y ante quienes dirigen nuestra alma.

5)      Petición de ayuda y de consejo a quienes tienen virtud y conocimiento, gracia de Dios para impulsar a los demás. 


Aspectos prácticos para lograr el éxito en la formación de la Conciencia



Reglas de la Conciencia

v  Nunca está permitido hacer un mal para hacer un bien.  El fin no justifica los medios.

v  La "Regla de Oro": "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros primero" (Mt 7,12).

v  La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo y su conciencia.

v  Las lecciones de valores no habrán de enfocarse sólo en lo negativo, sino también en la abundante cantidad de cualidades positivas, como por ejemplo: prestar cosas o ayuda, apoyar al que lo necesite (al débil, al pobre, al anciano), tener valor de decir la verdad, etc.

v  Señalar a la gente honesta y valiosa con la que nos cruzamos todos los días, e inspirarles un profundo amor y respeto por esta gente.

v  Alabarlos siempre que sean amables, generosos, desprendidos, etc.

v  Enseñarles a los hijos que eviten las cualidades negativas como: mentiras, trampas, apodos, burlas, egoísmo, etc.



Ideas para formar la Conciencia de los hijos



v  Estudiar y dar a conocer la base objetiva (Catecismo, Evangelio, etc.).
v  Reflexionar siempre antes de actuar.
v  Vida de oración.  Hay que buscar el lugar para que hable Dios, el mejor formador de la conciencia.
v  Vida de Sacramentos.  Hay que darles el ejemplo.  La Confesión, por ejemplo, forma la conciencia.  También se sugiere pedir ayuda y consejo, mediante un guía espiritual, un confesor, etc.
v  Obrar siempre de cara a Dios.
v  Pedir ayuda constantemente al Espíritu Santo para que nos ilumine la conciencia.
v  No desanimarse ante los fallos y aprender de las caídas.
v  Formar hábitos.  Por ejemplo: programar el tiempo, no desperdiciar los tiempos libres, buscar el orden, la disciplina, etc



viernes, 4 de septiembre de 2015

VIRTUDES HUMANAS




El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien

Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, mantenida siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas.

virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.

Las virtudes humanas, llamadas también virtudes morales, son disposiciones estables del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe, proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena; se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y las raíces de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino.


Pecados Capitales y
Virtudes para  vencerlos
Soberbia: Es el deseo de superioridad y  de alto  honor y gloria
Humildad: Es reconocer que de nosotros mismos  solo tenemos la nada y el pecado.
 Avaricia: Es el deseo de acaparar bienes
        
Generosidad: Dar con gusto de uno mismo o de lo propio a los que necesiten.
Lujuria: Es el desorden del apetito sexual
Castidad: Control del apetito sexual.
 Ira: Reacción o actitud colérica ante un daño, dificultad o contrariedad.
Paciencia: Soportar con paz y serenidad  las adversidades.
Gula: Deseo y consumo desordenado 
de la comida y bebida.
Templanza : Moderación en el comer y en el beber
Envidia: Deseo o resentimiento de las cualidades, bienes o logros de otro.
Caridad: Procurar el bien del prójimo.

Pereza: Desgano en las obligaciones o ante los bienes espirituales.
Diligencia: Cuidado y responsabilidad en  el cumplimiento de las obligaciones.


El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien. Son muchas las virtudes humanas pero pueden agruparse en torno a cuatro principales, llamadas virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza; las cuales desarrollamos a continuación:

La prudencia: es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. Es llamada auriga virtutum: conduce las otras virtudes indicándoles regla y medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.

La justicia: es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. 

La fortaleza: es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa.

La templanza: es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar “para seguir la pasión de su corazón”.